viernes, 3 de mayo de 2013

El Columpio


Me gusta estar aquí, sentado en este banco del parque mientras la nieve cae sobre mis orejas. Tengo las orejas grandes como Dumbo. Dios tiene un extraño sentido del humor. Algunas veces es tan teatral… Me subo el cuello del abrigo para empatizar con mi entorno. Pero no hay nadie. Me gusta la soledad.

La niña se acerca al columpio, gesticulando. Sonríe divertida. Cualquiera que la vea pensará que habla sola. Pero como ya dije, no hay nadie en el parque. Bueno, estoy yo. Pero ella no puede verme. Yo la observo atentamente. Esos ricitos dorados. Ese lacito rosa. Ese vestidito tan corto. Esas braguitas tan blancas. Me gusta ver cómo se balancea en el columpio. Arriba, abajo… arriba, abajo…

Tal y como estaba previsto, aparecen los cuatro niños en el parque. A pesar de tener tan sólo ocho años, son unos hijos de la gran puta. Unos apestosos cabrones que pasean su brutalidad infantil disfrazada de falsa inocencia. A mi no me engañan, por supuesto. Llevan la maldad en el alma. Son grandes tiempos para el lado oscuro… Yoda está jodido.

Los niñatos zarandean a la pequeña. Le gritan. La golpean. La niña cae sobre la fría nieve. Son “tan” valientes estos niños… Seguramente, cualquier subnormal con estudios en psicología justificaría su comportamiento echándole la culpa a sus padres, a sus educadores, al Alcalde, al Papa de Roma e incluso al mismísimo David Bisbal. Porque a la gente le asusta pensar que el Mal está presente en algunas personas, por muy niños que sean.

La niña está llorando cuando se hace un silencio sepulcral. El columpio sale brutalmente despedido contra la cabeza del hijo de puta jefe y queda partida literalmente en dos. Los otros tres dejan de ser tan valientes, porque nunca lo fueron. Bastardos. La niña sonríe y le habla al columpio, que golpea como un tentáculo enloquecido todas y cada una de las cabecitas huecas que quedan en pie. Alguno hasta tiene tiempo de mearse antes de morir. Los tres acaban mezclando su sangre roja con el blanco de la nieve en un macabro espectáculo de contrastes.

Me levanto del banco. La niña se da cuenta de mí presencia y se pone en pie, quitándose la nieve de su vestidito. Me mira asustada y deja de sonreir. Me acerco hasta el columpio. Le paso mi mano por el pelo.

- Lo siento, niña. Pero él se viene conmigo…

Ofrezco mi mano a su difunto hermano que me mira satisfecho. Sabe que su venganza le llevará conmigo al Infierno. Pero también está al corriente de que los hijos de la gran puta que lo mataron “accidentalmente” nos acompañarán. Y sabe que me dan asco. Y eso le gusta. Y sonríe. Y a mí me encanta la sonrisa del pequeño. Y me encantan las historias con final feliz. Qué cojones… Soy un jodido romántico…

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